Semana 4

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Abdoulaye Diallo, profesor de español del CEM III de Joal, me comentó ayer que el próximo martes, día 12 de marzo, no podía asistir a clase porque se reúne el profesorado de español de los colegios de varios pueblos de la comarca para realizar una valoración del alumnado. Le pedí que gestionara mi asistencia. El domingo, 10 de marzo, comienza con una gran novedad para Carmen y para mí. Samba, el casero que vive encima de nuestra casa, y sus amigos nos traen la nevera. ¡Al fin! La jornada dominical transcurre hogareña. El primer informe para Seneball, elaborado con diligencia y prestancia en casi su totalidad por Carmen, se lleva gran parte del tiempo. Descubro por internet un audio de un programa de una radio española en el que Moussa describe a Joal como “ejemplo de tolerancia”, donde se respeta al vecino independientemente de la religión que profese. En las redes capturo esta frase: “Viajero, si rechazas la comida, ignoras las costumbres, temes la religión y evitas a la gente, mejor quédate en casa”.

Toca limpiar la nevera el lunes por la mañana y echarla a funcionar. Hablo con Samba y me corrobora lo comentado por Moussa. Samba es un joven atleta, de 28 años, cuya modalidad son los 800 metros y se va a inscribir en el Maraton Internacional de Dakar del 14 de abril en la distancia de 10 kilómetros. Yo había hecho los cálculos desde que vi los carteles publicitarios en la capital senegalesa. Haré las gestiones para poder participar también en los 10 km. Quedo con Samba el miércoles por la mañana para salir a entrenar. La nevera queda funcionando y Carmen y yo vamos a M´Bour a hacer la compra en el Auchan. Para regresar acudimos a la parada donde esperan taxis para Joal. Una decena de personas de agolpan alrededor de uno de los vehículos. Viajamos a Joal en la tercera fila de asientos vestustos. Hacinados. Con las bolsas de la compra por todos los lados. Ya en Joal debemos tomar otro taxi para llegar a nuestro barrio. Con el coche lleno de gente, el conductor se acerca a un surtidor de gasolina. Se baja sin apagar el motor y sin freno de mano, simplemente porque no lo tiene. Con la manguera en el depósito, el coche se va hacia adelante y el conductor abre la puerta y pisa el freno. Acaba el repostaje y nos vamos. Por el trayecto hacia casa suben y bajan del coche mujeres y niños. Es tarde y no hay tiempo de hacer de comer. El cochinillo con papas me espera. Tarde de quehaceres domésticos y atento a la caída del sol para capturarla. 39 grados a las 20:00.  A lo lejos, en la costa, se distinguen el ajetreo de los pescadores en los cayucos. Cena compartida con los vecinos Igor y Emili. La luna creciente está a punto de desaparecer por el horizonte pasadas las doce de la noche. Tomo la imagen con larga exposición. Unos minutos más tarde, en otro intento, me sorprende la luz centelleante de una estrella fugaz que queda plasmada en la imagen.

La mañana del martes, 12, se prevé intensa. La agencia de meteorología senegalesa lanza una alerta de polvo: “Se espera una densa capa de polvo de Mauritania y el sur de Argelia en casi todo el territorio senegalés hasta el jueves. Por lo tanto, la visibilidad se reducirá en todo el país y podrá afectar a los sectores del transporte aéreo, marítimo y por carretera”. He quedado en el “garaje” (estación de micros y taxis compartidos) de Joal  con el profesor de español. Soy el “blanco” de todas las miradas y experimento lo que se siente cuando eres diferente a los demás. “Toubab, toubab” me gritan unos niños que se agrupan al otro lado de la carretera, antes de que Abdoulaye me salude. Tomamos un taxi-colectivo y llegamos a M´Bodiene. Entramos en el colegio. Me presentan y agradezco la invitación. El comienzo de la reunión para hablar de la competencia de la escritura del español en los alumnos se demora hasta las 11:45 entre presentaciones, esperas y desayuno. Isabel, una amiga de Tenerife que llegó ayer a Dakar, me avisa por wasap que ya está cerca de colegio. Me trae unos tenis (zapatillas deportivas) que necesito para correr más cómodo. Un abrazo, un beso y la foto para el recuerdo. Ella sigue su itinerario senegalés. Yo regreso a la reunión. Por un momento cierro los ojos y me doy cuenta que me encuentro con nueve profesores y tres profesoras de español. Totalmente integrado. Soy partícipe de algunas soluciones. Pasadas las 14:30 concluye la reunión y nos traen al aula unas bandejas de “maafe”, comida tradicional de los países de África Occidental. En nuestro pupitre, Amy, la profesora de español del CEM del pueblo de Ndiamane, trocea el pollo con la mano derecha y lo reparte entre los dos comensales restantes. Sabroso plato de la tierra. La próxima convocatoria se fija para el 7 de mayo en un colegio de Joal. Al regresar, Abdoulaye me indica que no irá a las clases de español. Tiene que descansar. Yo miro la hora y veo que me da tiempo de llegar a casa y acercarme a las clases de español, junto con Carmen. Ella para enseñar el juego de la raqueta. Continúa la enseñanza. Prosigue el aprendizaje. De vuelta a casa quedo con Samba para salir a entrenar por la mañana.

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Este miércoles es el inicio de la preparación para afrontar con ciertas garantías de finalizar la distancia de 10 kilómetros del maratón internacional de Dakar del próximo 14 de abril. Faltan cinco minutos para las ocho de la mañana y apuro el té de baobad. Con los tenis que me trajo Isabel espero ir cogiendo el ritmo de forma cómoda como lo he hecho en otras ocasiones en Santa Cruz y en La Laguna. Tomamos la carretera que enlaza Joal con Samba Dia. Atravesamos el puente Mama Nguedj sobre las marismas del manglar en marea baja. Hace 45 minutos que el sol se levantó, pero apenas se aprecia. Viento, polvo y arena dificultan un ritmo más ligero. Llego hasta el kilómetro 3 y decido regresar. Serán 6 kilómetros. Samba acomete el cuarto. Me alcanza justo antes de llegar yo de regreso al puente. 30 minutos. No está mal. Le doy los datos a Samba para que me inscriba en el maratón. Hago una pequeña colada. Carmen y yo vamos al mercado a por verduras. También compramos un paquete completo de “sac d´eau” (bolsas de agua) de 400 ml. Tenemos nevera y podemos hacer hielo. Preparamos para almorzar escalope a la plancha con arroz. Tomamos un taxi compartido para llegar al colegio. 37 grados cuando faltan 10 minutos para las cinco de la tarde. Doy la clase sin Abdoulaye, quien ha estado reunido hasta ese mismo momento con el resto de profesores del colegio. A la salida de las clases, unas alumnas nos piden a Carmen y a mí que les acompañemos para saludar a otra alumna que por temas médicos no ha podido ir a clase. Nos internamos por las callejuelas polvorientas de esta parte de Joal. Unos niños, a nuestro paso por diferentes lugares, lanzan una llamada de atención. Nuevamente retumba en los oídos el apelativo “Toubab, toubab”. Llegamos, junto a sus amigas, a la casa de la niña. Ella no ha llegado todavía del curandero. Nos saludan parte de la familia, mientras el abuelo comienza con el cuarto rezo del día sobre la alfombra mirando a La Meca. Llega la niña. Saludos. Ella nos invita a acercarnos a conocer a su madre en otra casa al otro lado de la calle. Un grupo de mujeres sentadas nos saludan. La niña nos presenta a su madre. Unas frases de cortesía y nos despedimos. Ya en la calle polvorienta corroboramos el atractivo de todas. Una de ellas desprende una luz y una belleza que atrapa al instante. De su rostro de finas facciones resaltan sus ojos claros, su sonrisa apaciguadora y su cabello trenzado. Cae la noche. Compartimos cena con los vecinos Igor y Emili. También con Moussa y Azou Boy. La partida de cartas no falta.

A un mes para la cita con el maratón internacional de Dakar, se hace necesario tomárselo en serio. Faltan cinco minutos para las ocho de la  mañana y en el suelo arenoso frente al apartamento espero a Samba. Aparece con un amigo, Ousseynou, un joven veinteañero más ligero que Samba y con mucha elasticidad. Somos tres y comenzamos y recorrido. Ellos, de zancada amplia. Yo sigo el trote cochinero. Llego al kilómetro 3,5 y me doy la vuelta. Siete kilómetros está bien. Ellos llegan al 4,5 a un mayor ritmo. Al llegar de regreso al puente, Samba y Ousseynou acaban a ritmo de competición. De camino a casa, Samba me muestra en el móvil una foto de su participación en el maratón de Dakar del año pasado. Ousseynou hace lo propio con una imagen en la que cuelga de su cuello una medalla de una competición de taekwondo. Es mi turno. Les enseño una imagen de mi participación en el maratón de Santa Cruz de Tenerife (8km) de 2018. Quedamos para mañana a la misma hora. Tras realizar diferentes actividades por la mañana, preparamos nuestro primer plato de carne. Abrimos la nevera. ¡Oh, nevera! ¡Qué progreso! Ahí están los dos escalopes del Auchan. Damos cuenta de las viandas acompañadas de arroz. Salgo al muro de la playa. Pasan de las cinco de la tarde. Una piara de cerdos camina por la arena en busca de comida. Media decena de asnos pasa por el mismo lugar minutos más tarde. Antes de la puesta de sol paseo hasta el puente de madera que une el barrio de Diamaguene con la isla de Fadiouth. Por el camino coincido con la salida de clase del Colegio de la Petit Côte. Un saludo desde una moto me confirma que nos van conociendo. En la orilla del puente tomo unas fotos. Me sorprende gratamente la llamada de un niño por mi nombre: “Juan Carlos”. Me giro y reconozco esa sonrisa y ese desparpajo. Es uno de mis alumnos. Le saludo y chocamos la palma de la mano. Al regreso, observo en un descampado arenoso un entrenamiento de lucha senegalesa. Su actividad es muy reservada y evito tomar fotos. Al llegar al apartamento, el plan está hecho. Salimos a la cafetería del Diama Rek. Unas cervezas, Flag o Gazelle, unas hamburguesas senegalesas y partida de cartas.

La mañana del viernes, 15, me la tomo con la disciplina que se merece. Pasan dos minutos de las 8 de la mañana y Samba, Ousseynou y yo nos encaminamos hacia la rotonda. Ellos comparten conversación en wólof (lengua nativa de la etnia wólof y hablada por más de cinco millones de personas en la región de África Occidental). Repito la distancia de ayer. Ellos, también. Me quiero imponer un ritmo de 5 minutos el kilómetro. La atmósfera polvorienta de los días anteriores todavía no ha desaparecido. Ellos van sobrados. Llegamos al kilómetro 3. Ellos incrementan el ritmo para alcanzar los 4,5km. Su ritmo. Yo recorro otros 500 metros antes de dar la vuelta. En la distancia se alejan las siluetas de estos dos jóvenes atletas senegaleses que contrastan con la del baobad del margen izquierdo de la carretera. Regreso solo. Una bandada de aves acuáticas en perfecta formación en uve cruza a poca altura de mí,  sobrevuela el manglar y se pierde entre el bosquecillo de baobads. Llego al puente y unos segundos después, Samba y Ousseynou. Tras un desayuno ligero me acerco al muro de la playa. La animada música senegalesa de un joven sentado en el pretil pone la banda sonora a la escena conjuntamente con el romper de las olas. Con las gambas que compramos a la madre de Moussa preparamos un arroz para chuparse los dedos. Moussa da cuenta de ello. En el colegio, tanto las clases de tenis como el español van encaminados. Por la noche, unas cervezas en el Diama Rek, a las que se apunta Amélia, una amiga de Moussa, echan el cierre de otra jornada a ritmo de Juan Luis Guerra.

Con Samba y Ousseynou no quedé en nada concreto para hoy. El descanso se alargó más de lo habitual. Imprescindible hacer una pequeña colada. Almorzar algo y tirar como de forma ya rutinaria al colegio. Los 40 grados de calor camino del centro escolar se reflejan en la pantalla del móvil. El grupo de alumnas y alumnos espera. Toca ir introduciendo poco a poco los verbos ser y estar en presente de indicativo. Carmen intensifica las enseñanzas del tenis y los chicos van cogiendo el tranquillo. Quedo con Samba para mañana domingo. Después de entrenar viajará hasta Dakar entre otras cosas para hacer la inscripción del maratón. La de él y la mía.

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